La
                  era del vacío y la tribu entera*
                  (A todos los padres)
                  Hace un par de décadas, más o menos, empezó
                  la moda entre los padres de sobreproteger a sus hijos. Se decía
                  que los castigos y las riñas podrían traumatizarles.
                  Era nuestra herencia y recuerdo y no queríamos que ello
                  pudiera influir en su educación. Se decía que
                  ya tendrían tiempo de espabilar y sufrir los embates
                  de la vida cuando fueran mayores. Empezamos entonces a dejar
                  en los tinteros de nuestros pupitres una retahíla de
                  normas y reglas, edificantes en su esencia misma, y las fuimos
                  poco a poco olvidando.
                  Estábamos acostumbrados, porque así lo vivieron
                  nuestros padres y nosotros también, a que el ámbito
                  natural de la educación básica de los niños
                  era la familia. Era en este entorno donde se aprendían
                  los preceptos y pautas para poder vivir y relacionarnos con
                  los demás. Nuestros padres y abuelos nos enseñaron
                  que por encima de todo estaba la educación basada en
                  la autoridad y el respeto. De ahí partía la entereza
                  y la dignidad de las personas. Esa era su palabra .
                  Los tiempos han cambiado desde entonces. Y cómo, queridos
                  padres.
                  Se acabaron los castigos y las reprimendas, y los niños
                  lo notaron. Se volvieron insolentes y respondones.
                  Crecieron y empezaron a considerar a sus maestros o bien colegas
                  y cómplices o bien seres destinados a sufrir burlas y
                  desaires. Hemos cambiado más en dos décadas que
                  en un siglo entero.
                  Asistimos, según el insigne psiquiatra Enrique Rojas,
                  al desgaste de los materiales sólidos con los que se
                  construían las ideas y las creencias que daban firmeza,
                  plenitud y felicidad a la vida.
                  Se ha producido una especie de deterioro, un vacío semántico
                  de las palabras que representaban conceptos
                  primordiales como amor y libertad, educación y cultura.
                  Valores, si se quiere llamarlo así.
                  A ello se une, actualmente, un cierto aturdimiento de información
                  abundante y dispersión de datos que
                  proceden de una información que más bien desinforma,
                  y que ni mejora ni enriquece a nuestros hijos porque
                  no les ayuda a madurar. Hija del aturdimiento en que vivimos
                  es la desorientación moral (la moral es el arte
                  de vivir con dignidad) y el relativismo con que damos forma
                  a nuestro pensamiento.
                  Nosotros, ustedes, padres todos, llevamos sumidos en una tremenda
                  desorientación (alguien ha hablado de
                  desorganización organizada) que nos tiene sin brújula
                  fija. Necesitamos ideas claras sobre lo que es la vida y
                  sobre uno mismo. Nuestros hijos necesitan modelos de identidad
                  fuertes-no becerros de oro- que enseñen las claves para
                  vivir.
                  Educar, enseñar es seducir por encantamiento, descubrirle
                  a alguien nuevos senderos, alumbrar el túnel que
                  nos lleve a los valores que tanto hoy los padres echan en falta.
                  Estamos deseosos de reglas justas y
                  equilibradas. El deber está edulcorado y anémico
                  frente a tantos derechos. Es penoso pensar que las lecciones
                  actuales de moral que nos dan beben exclusivamente en el “vivir
                  mejor”. Nos hemos instalado en un neo-individualismo hedonista
                  y ordenado, sensatamente light, diríamos. Vivimos en
                  la indiferencia pura, todo nos da igual y nos olvidamos del
                  otro yo, el yo social, porque no vemos un palmo más allá
                  de nuestro ego.
                  Todos sabemos, y muchos padres también, que la situación
                  en la escuela es un fiel reflejo de la situación que
                  impera fuera de ella. Estamos inmersos en una incuestionable
                  crisis de autoridad y de falta de ilusión que es
                  fruto del abuso de autoridad que hace muchos años se
                  instaló entre nosotros. Y hete aquí que hemos
                  pasado de una orilla a otra, sin fiel que equilibre nuestra
                  balanza.
Tenemos
                  que volver a la coherencia, al sentido común que tantas
                  veces nos falta, a la ilusión por recuperar los valores
                  añejos, principalmente la disciplina y la autoridad.
                  Y tenemos que seguir luchando como titanes, con los ojos abiertos
                  de par en par y así poder desterrar el síndrome
                  del cíclope (expresión acuñada hace poco
                  por el sociólogo extremeño Santiago Cambero) que
                  nos ciega y nos impide ver adecuadamente y analizar los peligros
                  que acechan a nuestros hijos.
                  Hay informes y encuestas que hablan de la necesidad de una autoridad
                  justa -ni excesiva ni ausente- mediante la cual restablecer
                  las viejas relaciones de una buena convivencia basada en el
                  respeto mutuo. Añejo pero útil, ya ven.
                  Antes hablábamos de tinteros sin tinta, de educación
                  sin valores, de padres desnortados… Que nada se nos
                  pierda en este caminar de todos juntos, que la educación
                  se asemeje a aquella urna (Oda a una urna griega)
                  que cantara John Keats:
Cuando
                  a nuestra generación destruya el tiempo
                  tú permanecerás , entre penas distintas
                  de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
                  “La belleza es verdad y la verdad es belleza”.
Estamos
                  convencidos de que ustedes y sus hijos reclaman un profesorado
                  con autoridad, respetado y
                  respaldado por toda la comunidad educativa. Sólo queremos,
                  y para eso les necesitamos a todos ustedes, ahora y siempre,
                  otorgar a la disciplina en el aula el valor instrumental que
                  le corresponde. Estarán conmigo en la feliz afirmación
                  de que la educación, como el añoso tintero y la
                  preciosa urna, es el procedimiento más noble y eficaz
                  para mejorar este mundo. 
                  * Aludimos al ensayo La era del vacío, del sociólogo
                  francés Gilles Lipovetsky y a la frase del filósofo
                  J. A. Marina “Para educar a un niño hace falta
                  la tribu entera”.
                  Diarioliberal