El
borrador, infausto, del nuevo Real Decreto de acceso a la función
pública docente ha visto la luz. Contestar diez o quince
preguntas cortas y realizar un examen práctico, si se
pasa esta fase, que tiene carácter eliminatorio, seguimos
avanzando hacia la segunda prueba: un supuesto práctico
de entre tres propuestos. Si consigues aprobarlo todo, te vas,
raudo, a la fase de concurso donde se suman nota y méritos.
Superadas todas las fases, pasas a la siguiente: las prácticas
docentes; donde el tiempo se dividirá, al 50%, entre
impartir clases a los alumnos y participar en las actividades
de formación que diseñe el Centro. Terminado el
año de prácticas, nada se ha conseguido aún
pues todavía queda pasar una evaluación del trabajo
realizado para recibir, o no, el visto bueno. Dicha evaluación
será realizada por una comisión formada por el
director, el inspector, un representante del Consejo escolar,
un miembro del departamento o, en su caso, del equipo de ciclo.
Sólo haría falta que a esa comitiva evaluadora
se le unieran el alcalde, el médico, el cura y el sargento
de la Guardia civil y ya tendríamos un tribunal que nos
transporte a los años 50, en pleno nacional catolicismo.
Pero la cosa no termina ahí, ni mucho menos, pues el
proceso sigue (o nos persigue). Si estás entre los declarados
aptos por la comisión evaluadora, sigues sin ser funcionario
y tienes que pasar otra prueba, que tiene a su vez dos partes:
presentar y defender una memoria didáctica y preparar
y exponer actuaciones para un supuesto práctico. Y, ni
que decir tiene, que estas partes, como todas las demás,
tienen carácter eliminatorio. Con este sistema se pretende
buscar, lo de encontrar es otra cosa, la excelencia. Demencial.
Groucho Marx diría aquello de: «La parte contratante
de primera parte será considerada como la parte contratante
de la primera parte». Puro surrealismo, sólo en
una comedia de los Hermanos Marx podríamos encontrar
semejante despropósito. Con este sistema de acceso se
introduce un nuevo, y peligroso, criterio de evaluación:
caer bien y ser obediente, para que el inspector de turno y
cía no te liquiden.
El
sistema de acceso tiene que tender hacia la objetividad máxima
posible, tiene que ser un sistema claro. Dirigido a seleccionar
a los mejores de entre todos los titulados, dando por hecho
que, al ser titulados, ya han pasado un proceso de selección
largo durante todo el tiempo que permanecieron en la Universidad,
¿o dudamos de ésta? Por tanto, es ridículo
pretender buscar la excelencia en el sistema de acceso, cuando
el primer sitio donde habría que buscarla es en la Universidad,
de allí tienen que salir titulados con una formación
integral alejada de toda duda. Si un maestro tiene el título
de maestro, es de suponer que está preparado para ser
maestro y si no es así, entonces, habría que dirigir
la mirada hacia la Universidad. Podemos convenir, entonces,
que un opositor es, en potencia, un docente preseleccionado
en la Universidad. Un interino es, por tanto, un docente titulado
válido para desarrollar su profesión, pero, además,
tiene experiencia, lo que le convierte en el docente ideal:
«titulado con experiencia», reza en muchos anuncios
de trabajo de cualquier país moderno. Y ahora viene el
ministro Gabilondo y sus asesores sesudos y pretenden un sistema
de acceso barroco, oscuro, lleno de arbitrariedades, donde se
minimiza la experiencia, se excluye la formación permanente
y se concluye con un cónclave de fuerzas vivas que después
del todo el proceso largo, complejo, subjetivo- dirán
con su fumata blanca particular: habemus magíster. Patético.
Con el sistema Gabilondo de acceso, que el ministerio pretende,
lo único que se consigue es torturar al opositor; si
comparamos el borrador del futuro Real Decreto de acceso con
el sistema de acceso actual, la única novedad es la complejidad
y subjetividad, a raudales, que aporta dicho borrador; en ningún
caso se mejora, más al contrario, se instaura (o se ponen
las bases para ello) un sistema basado la subjetividad. Para
la elite de burócratas ministeriales, con mucho tiempo
libre, complejidad es igual a calidad; subjetividad, en su más
arcaica vertiente, es sinónimo de equidad; la experiencia,
minimizada en el pretendido nuevo sistema de acceso, es semejante
a poca cosa y, finalmente, la formación permanente es,
directamente, similar a nada. Si se aprueba este Real Decreto,
tal y como aparece en el borrador adelantado, se estarán
retratando, para los anales, unos y otros. Unos, Gabilondo y
compañía, autores intelectuales de un arbitrario
sistema ineficiente y otros, sindicatos tradicionales, consentidores
habituales.
EL
Periódico de Extremadura