El
23 de junio del pasado año el Reino Unido decidió
por referéndum –y por sorpresa–salir de la
Unión Europea, para lo que establecieron un periodo de
transición de 2 años; lo que no queda claro es
si el idioma también se lo llevan. La UE tiene veinticuatro
lenguas oficiales y de trabajo, porque 24 son los diferentes
idiomas de sus integrantes. La lengua inglesa fue presentada
como oficial, ante la Unión Europea, solo por el Reino
Unido lo que, en teoría, la dejaría fuera de la
UE salvo que, por ejemplo, algún país anglohablante
de la Unión saliera al rescate.
Sea
como fuere, es evidente que el brexit no tendrá efectos
sobre el bilingüismo. El mayor enemigo del idioma es, en
el caso de Extremadura, nuestra Consejería de Educación
que sin ningún consenso decide iniciar un modelo idiomático
«de bajo coste», imitando al impuesto, con mano
de hierro, en la Comunidad de Madrid y que ha venido a demostrar,
con el paso del tiempo, que ha supuesto un empobrecimiento de
contenidos y un perjuicio para las materias no lingüísticas
impartidas en inglés; y todo esto sin conseguir una mejora
constatable en el dominio de la lengua inglesa.
En
países como Finlandia un alumno que termina la secundaria
tiene un dominio elevado de inglés. Algo tendrá
que ver, digo yo, que en Finlandia cuando un alumno se retrasa
salten las alarmas y los recursos materiales y humanos empiecen
a funcionar como un reloj bien engrasado, cosa que en España
es imposible dado que no hay dinero suficiente –o eso
dicen, vete tú a saber– para atender, por ejemplo,
con profesorado de apoyo específico y recursos adaptados,
las dificultades de los alumnos de forma individualizada o,
en su caso, bajar las ratios de los centros o hacer los desdobles
necesarios.
Es
inadmisible que la Administración no haya analizado,
en los foros de debate correspondientes, los diversos enfoques
a la hora de elegir el método más adecuado para
la promoción del idioma. ¿Por qué no se
pensó en un modelo que incluya auxiliares de conversación
en todos los centros, desdobles, bibliotecas, intercambios de
estudiantes, laboratorio de idiomas, campamentos de inmersión
lingüística en verano o en fines de semana subvencionados
por la Junta? Simplemente porque la promoción del idioma
tal como lo han concebido es mucho más barato que otros
enfoques y menos complejo. Y por si fuera poco, el dislate es
de tal magnitud, que el sistema imperante lo aplican al revés;
si en su momento se hubiese empezado por Educación Infantil
(y no por los cursos altos de primaria), hoy, es probable, que
los resultados fueses otros muy distintos.
No
faltan ejemplos de países que haciendo las cosas de otra
manera consiguen que sus alumnos, al terminar la secundaria,
tengan un alto dominio de una lengua extranjera. Es paradójico,
no obstante, que sea Inglaterra el país en el que menos
haya que fijarse, dado que los ingleses consideran que no tienen
ningún motivo para aprender otros idiomas porque con
el suyo, piensan, les basta; de hecho las lenguas extranjeras
allí son materias optativas. De las diez primeras asignaturas
cursadas por los alumnos ingleses de secundaria ninguna es de
un idioma extranjero; el estudio de idiomas, simplemente, no
les interesa y las autoridades educativas de allí no
hacen nada por evitar esta ruptura con los idiomas extranjeros.
Enseñar
inglés introduciendo vocabulario específico de
ciencias, matemáticas o historia no convertirá
a ningún alumno en bilingüe. Cualquier idioma se
aprende en situación de comunicación común,
cosa que no ocurre en una clase de ciencias impartida en inglés.
Y admitamos, para seguir adelante, que alcanzar el bilingüismo
es una fantasía de nuestros gestores políticos;
podremos aspirar a que nuestros alumnos tengan un buen dominio
de una lengua extranjera, pero de ahí al bilingüismo
hay un trecho de dimensiones planetarias; solo los ciudadanos
que conviven, desde la infancia, en casa con más de un
idioma podrán alcanzar a pensar en más de una
lengua.
Mientras
un alumno no domine su lengua materna con una alta corrección
y tenga, además, un nivel excelente en un idioma extranjero
(cercano, cuando menos, al bilingüismo real) es una estupidez
utilizarlo como vehicular.