La
LOMLOE nace, como viene siendo tradición en lo referente
a las leyes educativas, sin consenso. Será la octava
ley, que dará paso a la novena en el momento que cambie
el signo político del gobierno de turno. Una triste
realidad que se perpetuará, me temo, por los siglos
de los siglos.
Sé que muchos no se han leído
el Proyecto de Ley Orgánica, ni se lo leerán;
pero aun así lo atacan o lo defienden con argumentos
prestados obtenidos en redes sociales o en titulares de prensa,
según la afinidad ideológica que compartan
emisor y receptor. Sería deseable que cada cual sacara
sus propias conclusiones después de leer el texto
del proyecto, antes de asumir como propios los argumentos
de otros.
Todas
las leyes de educación
que se han aprobado en los últimos 40 años
tenían las impurezas propias de la ceguera ideológica,
lo que es inevitable; sin embargo, confundir el sedimento
ideológico con cuestiones de justicia social desacredita
las opiniones de quien sólo pretende falsear y confundir.
Deshojemos
la margarita de los aspectos más polémicos de la Lomloe. Me gusta que se
impida a la concertada cobrar por los servicios que ya están
pagados con subvenciones públicas; no me gusta el
MIR docente, porque ya existe y se llama interinidad; me
gusta que la religión deje ser evaluable, porque es
una “asignatura” que tiene que ver con la fe
y que no debería tener cabida en el currículo;
no me gusta que no incluya la ética en 4º de
la ESO porque es necesaria para la formación integral
del alumno; me gusta que los centros ordinarios puedan tener
recursos para poder escolarizar a niños con necesidades
educativas si los padres así lo quieren, lo que en
absoluto significa que los centros de educación especial
desaparezcan, es más deben seguir siendo una opción
importante; no me gusta que se utilice la lengua española
como moneda de cambio, pese a que la palabra “vehicular” que
ahora desaparece del Proyecto de Ley no consiguió en
su momento que en Cataluña, por ejemplo, se apreciase
el castellano al mismo nivel que el catalán.
De
entre todos los aspectos polémicos
hay dos que hacen que la imperfecta LOMLOE sea mejor que
otras leyes: el tratamiento que hace de la enseñanza
concertada y de la religión.
En
cuanto a la educación concertada
la Lomloe no limita la libertad de los padres para elegir,
sino la de los centros concertados que siempre han establecidos
métodos para filtrar al alumnado que quieren. Por
eso se pretende suprimir las cuotas obligatorias, las donaciones “voluntarias” y
cualquier otra forma de financiación subterránea;
para que así los niños con pocos recursos
puedan tener acceso a los centros concertados(lo que les
duele, me temo, a la educación concertada es que se
limita su negocio).También se impide la segregación
por sexos que es una forma despreciable de discriminación.
En
lo tocante a la religión
esta no desaparece, pero deja de ser evaluable por lo que
no contará para la media final ni para conseguir becas,
lo que es lógico porque la religión no es una
verdadera asignatura, es una actividad formativa complementaria.
El proceso natural sería que la Historia de la Religiones
sustituyera a la “asignatura” de religión.
Capítulo aparte merece el asunto
del castellano. La Lomloe elimina del texto “el castellano
es lengua vehicular de la enseñanza en todo el Estado[…]” y
añade que “Las Administraciones educativas garantizarán
el derecho de los alumnos y las alumnas a recibir enseñanzas
en castellano […]”. Y agrega además: “Al
finalizar la educación básica, todos los alumnos
y alumnas deberán alcanzar el dominio pleno y equivalente
en la lengua castellana y, en su caso, en la lengua cooficial
correspondiente”. ¿Este cambio favorecerá o
perjudicará la enseñanza del castellano en
las comunidades con lengua cooficial? No lo sabemos, es probable
que no suponga cambio alguno, lo que sí sabemos es
que la ley Wert no impidió que la lengua vehicular
en Cataluña fuera el catalán.
En
definitiva, la LOMLOE sin ser la Ley que a mí me gustaría, es mejor que otras
leyes de educación precedentes; pero nace, como todas,
con su propia kryptonita: la falta de consenso.
Alfredo
Aranda Platero
Maestro