Bien pudiera
ser este el título de un estudio que demostrara cómo
determinadas organizaciones, no solo sindicales, profesan unos
principios que después no llevan a la práctica,
o lo que es peor, directamente sus fundamentos ideológicos
están en las antípodas de la defensa de lo público.
Pero no, no tengo tal pretensión; simplemente reflexiono
de forma somera sobre la incoherencia.
Groucho
Marx decía: «Estos son mis principios. Si no le
gustan tengo otros», una frase dicha desde el humor pero
que encierra una triste realidad, que bien podríamos
completar con otra cita de Georges Clemenceau: «El poder,
la más completa de las servidumbres». Entre Groucho
y Georges han hecho la descripción perfecta, poco más
hay que añadir, de una realidad que vertebra el sistema
y que somete voluntades políticas, sindicales, sociales,
etc.
Existen,
por ejemplo, organizaciones sindicales que defienden la religión
en la escuela, cuando deberían defender la acofesionalidad
del Estado; o se posicionan con estudiada ambigüedad, en
lo referente a la dicotomía entre la escuela pública
y la concertada.
No es coherente
que la misma organización sindical defienda los intereses
de la pública, de la concertada, de la privada y de la
Religión, un totum revolútum para intentar abarcarlo
todo en una especie de omnipresencia sindical en la línea
de la divinidad. Al final pierde lo público, dado que
desaparecen, a manos llenas, unidades educativas en la escuela
pública mientras se mantienen los conciertos.
El recurso
de acudir al “sindicato de clase” para justificar
que se puede defender una cosa y su contraria no vale siempre.
Ser “sindicato de clase” no justifica mirar para
otra parte cuando no se respeta la aconfesionalidad de Estado,
tampoco es excusa para permitir que la escuela pública
tenga cada vez menos unidades mientras los conciertos persisten.
No. Los sindicatos tradicionales necesitan hacer una profunda
reflexión, de lo contrario cada vez irán perdiendo
más apoyo y su credibilidad, ya en horas muy bajas, irá
cayendo más si cabe.
Cambiar
las cosas no está en manos de los que están, porque
lo que están nos han traído a esta orilla; quien
no se ahogó en la travesía ha quedado encallado
en el fango. Y de ahí solo es posible salir si hacemos
causa común y nos enfrentamos juntos a las endogamias
institucionales y sindicales.
A los políticos
y a los sindicatos institucionalizados solo se les puede “toser”
cada cuatro años, el resto del tiempo tienen, desgraciadamente,
patente de corso. Cuando llegan las elecciones salen a la palestra
con un “buenismo” enternecedor, con discursos inclusivos,
con promesas a la carta… después recogen sus votos,
los guardan en el trastero, y siguen con su vida; salvo, claro,
que los votos nos les lleguen y, entonces, son ellos los que
se van a parar al trastero.
Cuando lo
concertado avanza lo público retrocede. En Madrid, por
ejemplo, la herencia de la ínclita expresidenta de la
Comunidad Esperanza Aguirre dejó una terrible herencia:
más centros concertados que públicos. Los sindicatos
deberían definir qué defienden: si lo público,
lo concertado o lo privado. Mi máximo respeto al sindicato
sectorial que defiende cualquiera de las tres opciones en exclusividad;
ahora bien, aquellos otros sindicatos que dicen defender a la
escuela concertada y también a la pública, cuando
el crecimiento de una supone el decrecimiento de otra, no tiene
sentido alguno.
No vivir
de subvenciones es, también, un indicador de calidad
sindical; dado que la organización que se mantiene con
recursos propios no está sometida a la presión
que ejerce quien pone el dinero. Un sindicato sectorial, sin
subvenciones, sin sedes sindicales regaladas y lujosas y sin
deudas de ningún tipo con la administración debería
ser la normalidad; pero, muy al contrario, es la excepción.
A
nosotros, a PIDE,
ser la excepción no solo nos llevó a ganar las
elecciones en el sector público de enseñanza en
2014, sino también a asentar definitivamente las bases
de un sindicalismo libre, ajenos a extrañas presiones.
Que la excepción
se convierta en normalidad solo puede conseguirlo la gente de
a pie, que tiene mucho más poder de lo que piensa; por
el simple hecho de los otros son cuatro y la gente son millones.
En la parcela de educación pública en Extremadura
somos alrededor 16.000 mil docentes, caudal abundante y suficiente
para arrastrar a su paso a todo aquel que quiera dañar
a la educación pública, como si de un tsunami
bíblico se tratase.