Cartas y artículos de Educación

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" Lo que la realidad esconde"

10/01/2011 Alfredo Aranda Platero

GREGORIO Potemkin, deseoso de impresionar a su amante y protectora - Catalina II de Rusia (La Grande)-, llevó a cabo el engaño más fabuloso de la historia. Potemkin invadió Crimea de la que, finalmente, sería nombrado gobernador por Catalina en pago a los servicios prestados. Potemkin prometió a Catalina que transformaría los parajes inmensos y yermos de Crimea en un estado desarrollado. Pasados los años la zarina se dispuso a visitar Crimea para admirar los logros que el gran Potemkin había conseguido en la zona invadida. Pero Crimea no se había transformado en un estado desarrollado, sino más bien en todo lo contrario; por lo que el ínclito Potemkin ideó un estrafalario plan para enmascarar la realidad. Mandó construir pueblos enteros de cartón piedra y los llenó de campesinos contentos y sanos que eran llevados de pueblo en pueblo, un paso por delante de la zarina, y encerró a ancianos y enfermos para esconder su existencia. Catalina la Grande y su séquito desde su carroza imperial admiraba una Crimea de ensueño, pero todo era ilusión: casas cuya fachada únicamente tenían pintada la pared que miraba a la comitiva que encabeza Catalina, arbustos sintéticos, sonrisas pactadas, felicidad aparente. Catalina, emocionada, se vanagloriaba de los logros de su imperio, pero aún quedaban engaños por llegar. A la orilla del río Dniper se erigían mayestáticos siete palacios flotantes y casi noventa barcos esperaban a Catalina II. A través de las ventanas de su aposento en el majestuoso barco imperial, la zarina, podía admirar villas esplendorosas coronadas con inmensos arcos de triunfo, campos plagados de infinitas cabezas de ganado pastando en verdes e idílicos parajes, aldeanos alegres y felices que cantaban y bailaban. Catalina estaba encantada de haber visitado Crimea, pues si sus ojos no hubieran visto tal despliegue de excelencia, no lo habría creído. Lo que lo gran dama de Rusia no sabía es que todas esas admiradas maravillas se desvanecían como humo una vez las perdía de vista. Catalina murió sin saber que todo había sido un gran engaño y la obra ficticia de Potemkin fue premiada con más fondos públicos, que eran obtenidos sangrando a los ciudadanos con recortes de todo tipo e impuestos injustificados con los que acometer empresas inútiles y mantener el alto nivel de vida de la corte y sus acólitos. La práctica de saquear a los asalariados para financiar los excesos producidos por el poder económico y político, antes como ahora, constituye una forma abyecta de financiación que convierte a los trabajadores en mera mercancía productiva.

Cuento esta historia para establecer un paralelismo entre doña Eva María, la consejera de Educación de Extremadura y Catalina II, la Grande, de Rusia. La señora consejera suele visitar centros educativos públicos, para pulsar de primera mano las excelencias de su obra. En uno de los IES visitados hace algún tiempo (me reservo el nombre) y es de suponer que ocurrirá lo mismo en tantos otros, aconteció lo siguiente: la consejera, seguida de su comitiva, avanzó por un pasillo especialmente decorado para la ocasión; admiró un aula, recién pintada, de ordenadores que previamente habían sido preparados para la visita con la intención de que, por primera vez, todos funcionaran al unísono; los niños que habitualmente ocupaban dicha aula habían sido retirados y sustituidos por otros más aventajados; entre clases ni un alma habitaba en los pasillos. La consejera sale satisfecha por lo visto y percibido en su visita al centro educativo. Una vez que la consejera se aleja del centro, éste retorna a su normalidad: los niños vuelven a montar las tanganas habituales entre clase y clase, la única aula en la que los ordenadores funcionan en conjunto (preparados para la visita de la consejera) vuelve a ser ocupada por los niños habituales, el pasillo decorado para la ocasión irá perdiendo lustre en poco tiempo. La consejera sale reforzada en su idea de que la Administración Educativa hace las cosas bien, pues los resultados de mejora son obvios, en los centros educativos la convivencia es ejemplar y los recursos están en perfecto estado de revista. La realidad, sin embargo, es bien distinta a la percibida por la señora consejera. La atmósfera de los centros educativos (fundamente en Secundaria) empieza a estar tomada por el desencanto: aulas donde cada vez menos niños se esfuerzan por el trabajo escolar, aulas donde que los ordenadores funcionen todos al tiempo es poco menos que un sueño, indisciplina e insolencia crecientes por parte de muchos alumnos.; en fin, lo de siempre.

Catalina II de Rusia jamás se percató del engaño de Pontemkin. Espero que la consejera de Educación, a la que dimos - en su día- un voto de confianza, rompa el paralelismo que estas líneas pretenden establecer. «La mentira produce flores, pero no frutos», reza un viejo proverbio chino.

Tribuna del HOY