Cartas y artículos de Educación

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"Estado, religión y educación "

18/12/2020
Alfredo Aranda Platero, Vicepresidente PIDE.

Hay quien, con la fe de fondo, analiza el fenómeno religioso vinculándolo a la libertad y a la verdad como fundamento del catolicismo. Y se equivoca, pienso, porque el verdadero católico no es libre, dado que está sujeto a una liturgia y a unos preceptos obligatorios; pudiendo llegar a ser, incluso, excomulgado si no sigue el camino marcado por los doctores de la iglesia. Tampoco la verdad como hecho empírico puede atribuirse a la religión pues es la fe la que la sostiene.

Huyendo de prejuicios ideológicos contemporáneos, de tópicos ocurrentes (y mira que la religión se nutre de tópicos ocurrentes y recurrentes), con la prudencia que da la perspectiva histórica, hay que reconocer que la Iglesia fue siempre foco de poder que ejerció, en muchas ocasiones, con brutalidad (hablar de la inquisición sería materia para otra reflexión). Es precisamente el poder y el control que ejercía el que le daba la posibilidad de monopolizar la cultura para ser transmitida, no al pueblo, sino a la élite social. Es normal que ostentando ese dominio, esa autoridad, esa soberanía…, ejerciera el mecenazgo de universidades. No está en mi ánimo quitarle ese mérito; las universidades en Europa nacieron, en gran medida, a la sombra y control de la Iglesia y, después, se les escapó de las manos (eso no lo tenían previsto por aquel entonces) y se extendió hasta llegar, como ocurre en la actualidad, a la ciudadanía general. 

Muchos piensan que pretender una educación libre de ideologías, religiosas y políticas, es poco menos que perseguir la abolición de la religión y, más al contrario, la pretensión es, simplemente, que el discente crezca en un ambiente emancipado de creencias, dogmas, credos, evangelios…, para que, cuando tenga la edad suficiente, pueda abrazar, si quiere,  la religión que le plazca o ninguna de ellas.

Asumir principios laicos para conducirnos por la vida, lejos de convertirnos en demonios críticos, eleva nuestro nivel de exigencia ética. No me opongo, en absoluto, a la religión, pero sí a que se imparta en las escuelas en horario lectivo. De quedarse en las aulas debería ser como una actividad formativa complementaria que es, en realidad, su verdadera naturaleza.
Desde algunos sectores se percibe un abierto interés en introducir en el debate social la idea de que la aconfesionalidad del Estado, que marca la Carta Magna, no es razón suficiente para ubicar la enseñanza de la religión en el lugar que le pertenece: las iglesias, centros parroquiales o edificios consagrados; negando el pan y la sal al fenómeno de la enseñanza libre de adoctrinamientos y, de paso, desacreditar a los que pedimos cumplir con la Constitución.

Que lo público es patrimonio de todos, nadie lo pone en duda; pero eso no es óbice para  que un Estado, que no está adscrito a ninguna confesión religiosa, tenga que incumplir un precepto constitucional para seguir manteniendo un atávico legado heredado de una educación clásica y clasicista que no casa, en absoluto, con una escuela basada en la libertad, la experiencia y el conocimiento. La enseñanza de la religión que, no olvidemos se basa en el dogma de la fe y, por tanto, es algo muy personal, debe llevarse a cabo, no me cansaré de decirlo, en el ámbito familiar o en las iglesias.
Dixi.