Estos
días he leído algunas informaciones sobre los
docentes extremeños y sus sueldos, que no guardan relación
con la importancia de su labor; mucho más importante
que la cualquier consejero o director general. Soy hijo de profesor
de Historia de un instituto y soy el mayor de tres hermanos.
Mi vocación estaba sustentada por una ingeniería
que no ofertaba la universidad de Extremadura, así que
tuve que optar por quedarme en la universidad extremeña
estudiando otra cosa, dado que, como hijo de docente, no tengo
derecho a una beca que no sea la de matrícula y libros;
por tanto, mis padres no podían hacer frente al gasto
que suponía mantenerme en Madrid: comida, alquiler…
Y me temo que a mis hermanos les sucederá lo mismo. ¿Están
los docentes mal pagados? Evidentemente sí. Y además
de estar mal pagados, sus hijos no tienen derecho a una beca
digna. Si hay algo que me propuse en la vida es no ser docente
como mi padre, aun reconociendo que es una profesión
bonita. La imagen que tengo de mi padre como docente es una
mezcla de satisfacción y angustia; satisfacción
por la trascendencia de su trabajo y angustia por la poca consideración
social, por la poca implicación de la administración
en dar lustre a esta profesión, por ser los docente peores
pagados del Estado… Los maestros de Primaria y los profesores
de Secundaria son los trasmisores de la cultura, de la democracia,
son los que ponen las bases imprescindibles para que nuestros
investigadores, científicos, médicos… tengan
repuestos en el futuro, si no fuera así volveríamos
a la Edad de Piedra. ¿Qué pago reciben de la administración?
El abandono, subidas salariales miserables de 20 euros al año,
el no contar con su opinión ni siquiera en los aspectos
que les atañen directamente… Papá, no quiero
ser docente.