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«Hartos
de Finlandia»

17/11/2016 Jose Antonio Molero Cañamero
Delegado del Sindicato PIDE

Ya
lo decía Cervantes «Las comparaciones (.) son siempre
odiosas y mal recibidas», y aún más cuando
se hacen desde la demagogia y el oportunismo político.
Aparte de eso, son perjudiciales. Aunque por otro lado puedo llegar
a entender que sean inevitables y en ocasiones necesarias. El
continuo estado de comparación al que se somete el sistema
educativo español frente al finlandés ha llegado
a una situación tan ridícula como absurda. Su uso
constante no deja de sonar como un recurso fácil y manipulativo,
utilizado como punta de lanza por los grandes desconocedores de
la realidad educativa española. ¿Qué tendrá
que ver nuestra forma de vida con la finlandesa?

¿Realmente necesitamos mirar a Finlandia para resolver nuestros problemas? ¿Acaso la solución de nuestros problemas se encuentra en manos de los finlandeses? Dudar de nuestra capacidad es un insulto a nuestra inteligencia. ¿Acaso no hay, ni ha habido, grandes pedagogos en España? ¿Acaso no hay gente que no deja de aportar ideas y proponer soluciones? ¡Mirémonos a nosotros mismos y busquémoslas!

En Finlandia tampoco lo hacen del todo bien, o por lo menos hay datos que chirrían. Sí, según las estadísticas es uno de los países donde reina la felicidad, pero su alta tasa de suicidio, su alta tasa de alcoholismo, su alta tasa de violencia de género, de acoso escolar. (todas ellas superiores a las españolas) no son acordes a su espléndida educación.

No dudo que el sistema educativo finlandés sea uno de los mejores, pero hay que ir más allá de las comparaciones. Se le debe considerar como un referente más del sistema educativo mundial pero sin dejar de olvidar que sus estadísticas son erróneamente utilizadas en un nivel educativo cuando en realidad pertenecen al nivel instructivo.

Al leer sobre las bondades del sistema educativo finlandés comparado con el nuestro, me surgen cientos de dudas y lo peor de todo es que muchas de ellas ni siquiera se ponen encima de la mesa para debatirlas: ¿Cuál es el número de alumnos por aula? ¿Cuántas horas diarias duerme un niño? ¿A qué dedican su tiempo libre? ¿Disponen los alumnos de los materiales que necesitan? ¿Quién los paga? ¿Qué implicación tienen los padres? ¿Cuál es su nivel cultural? ¿Realizan los profesores trabajo burocrático? ¿Qué estabilidad laboral tiene el profesorado? ¿Se le permite conciliar su vida laboral y familiar? ¿Qué porcentaje de niños acude al colegio sin apenas desayunar? Y más aún ¿Por qué en esas comparaciones no se habla de los derroches económicos como el de la educación concertada? ¡Qué miren en Finlandia el porcentaje de conciertos educativos! ¿O la paranoia plurilingüística? ¿Por qué nadie habla de un gasto innecesario en religión, de un acuerdo caduco que lastra nuestra escuela supuestamente laica? ¿Cuántas leyes de educación han existido en los últimos cincuenta años? ¿Qué nivel de politización tiene el sistema educativo?… Y todo eso y mucho más sin entrar en aspectos climatológicos.

Encontrar las soluciones a nuestros males educativos raya la utopía, pero desde luego en Finlandia no están. Y si existen en algún sitio, están aquí. Hay que escuchar a los expertos, estudiar sus propuestas, hay que mirar a otros países líderes en educación, no sólo a los finlandeses. Debemos alejarnos de los pedagogos mediáticos con aspiraciones políticas que se inclinan por lo que el gobierno del momento quiere imponer. Hay que analizar las características internas del sistema, minimizar nuestras debilidades, potenciar nuestras fortalezas, prevenir nuestras amenazas y aprovechar nuestras oportunidades.

Cuatro de los factores esenciales de la educación (alumnado, profesorado, padres y Estado) deben aceptar sus roles, evitar inmiscuirse uno en el otro, reconocer y respetar sus márgenes de actuación. Es penoso ver cómo el Estado no ceja en su empeño de manipular el sistema educativo, siendo este uno de nuestros mayores males. Es triste ver cómo parte de los padres fomentan campañas contra los criterios del profesorado. Es desesperante ver cómo parte del alumnado no acepta que estudiar significa un esfuerzo constante. Y es sorprendente ver cómo parte del profesorado pretende dedicarse a esto sin una formación adaptada a los tiempos.

Los males
de nuestro sistema son muchos, pero no me cabe la menor duda
de que mirar tanto a este país, tomarlo como único
modelo a seguir, no nos traerá la solución definitiva.
Las comparaciones se hacen y se siguen haciendo constantemente,
pero comparar la educación de países tan dispares
en cultura, costumbres, clima, política, sociedad. no
tiene, en mi humilde opinión, sentido alguno.

HOY