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«No
lo llames deberes, llámalo tareas»

03/11/2016 Alfredo Aranda Platero
Vicepresidente del Sindicato PIDE

Una
vez más se vuelve a desempolvar el viejo debate sobre la
conveniencia o no de mandar tareas escolares para que los alumnos
hagan en casa. Una polémica cíclica e impostada
que la misma asociación de siempre se encarga de poner
en el candelero en determinados momentos, un debate artificial
cuya intencionalidad no termino de entender. El desarrollo, entre
otros, de hábitos de trabajo individual, de esfuerzo, de
responsabilidad, de autonomía., son objetivos que vertebran
toda la legislación educativa y que están considerados
por todos los expertos en educación como fundamento del
éxito escolar. ¿Por qué, nuevamente, se pone
en tela de juicio la idoneidad de crear hábitos de estudio
en los alumnos? ¿A quién beneficia este debate?

Los deberes escolares además de suponer una práctica
de los conocimientos impartidos en la escuela, tienen la misión
trascendental de crear el hábito de estudio necesario para
poder afrontar la creciente complejidad de los cursos superiores.
Si el alumno no tiene esos hábitos adquiridos en primaria,
cuando llegue a los cursos de secundaria estará en un serio
aprieto para poder afrontar las necesidades de estudio.

Está claro que el niño debe conciliar la vida escolar
con la familiar y lúdica, pero los vendedores de humo,
esos que demonizan el hábito de trabajo, quieren ir más
allá: que el niño de primaria no tenga tareas escolares.
Muchos padres saturan a sus hijos con clases de kárate,
danza, teatro, pintura o música; por cierto, que de esta
última tendrán el instrumento elegido en casa para
practicar lo que aprendan en el conservatorio o en la escuela
de música. Los grupos pro-no-tareas parece que tienen poco
que decir ante esta sobrecarga de actividades. Los docentes no
se inmiscuyen en la decisión de los padres de cargar, más
o menos, a sus hijos con actividades extraescolares, por tanto
nadie, ni siquiera los padres, tiene por qué decir a los
profesores cómo hacer su trabajo.

Es necesario para la evolución normal del niño que
tenga tiempo para jugar y para socializarse, eso está fuera
de toda duda, y que también pueda aprender música
o teatro, aprendizajes que son muy apropiados para desarrollar
el intelecto. Pero las tareas escolares adaptadas a la edad del
niño deben tener su espacio en el tiempo del alumno, debe
ser lo primero que se planifique.

Otro torpe argumento de los defensores de no crear hábitos
de trabajo en el niño, es que hay padres que no pueden
ayudar en las tareas escolares a sus hijos y otros sí,
dependiendo de la disponibilidad de los padres o del nivel cultural
que tengan. Los progenitores o tutores legales no necesitan saber
nada de matemáticas o de geografía para establecer
un horario de estudio a su hijo, además es un grave perjuicio
que los padres hagan las tareas a sus vástagos; los deberes
los ponen los docentes y son estos los que tienen que corregirlos
y detectar las dificultades para darles solución.
Las asociaciones que defienden el «no a las tareas escolares»,
pocas afortunadamente, una si acaso, parece que están mal
asesoradas, dado que es difícil llegar a entender la razón
por la que pretenden poner palos en las ruedas al futuro de los
alumnos, a su éxito escolar.

«Somos el resultado de lo que hacemos repetidamente. La
excelencia entonces, no es un acto, sino un hábito»,
decía Aristóteles. La práctica en casa, el
hábito de trabajo y la rutina de estudio sentarán
las bases del éxito escolar. Y si estos pilares los regulamos
de forma sensata para que el niño pueda tener su tiempo
de esparcimiento familiar y de juegos con otros niños,
tendremos la fórmula del éxito o, al menos, habremos
puesto en liza todos los ingredientes para conseguirlo. Pretender
lo contrario, que el niño no tenga ninguna responsabilidad
con sus tareas escolares, que no adquiera hábitos de estudio
o de trabajo y que se mueva a su libre albedrío, es la
exacta fórmula del fracaso. Incomprensible es que ciertas
asociaciones defiendan el modelo del fracaso frente al modelo
del éxito.

El fracaso escolar es un lastre para cualquier sociedad por ser
un factor que provoca exclusión social. Y lo estamos viendo
ya en la sociedad, chicos y chicas que ni estudian ni trabajan
en un porcentaje que es preocupante. La educación debe
dar respuesta a esta realidad que amenaza con convertirse en un
problema endémico. Las causas del fracaso pueden estar
relacionadas con el propio alumno y su cese en el esfuerzo, con
factores socioeconómicos o, incluso, con el propio sistema
educativo, así como con todos estos motivos imbricados
entre sí. Es evidente, por tanto, que la Administración
debe dar una respuesta integral que tenga en cuenta todos los
factores susceptibles de provocar el fracaso del alumno. Pero
lo que queda claro es que el hábito de estudio, adaptado
a la edad del alumno, es una de las estrategias necesarias para
culminar con éxito el reto que, sin duda, supone adquirir
cualquier título académico.

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