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»
En busca de la excelencia educativa»


01/11/2010 Alfredo Aranda Platero
Vicepresidente del Sindicato PIDE

Debemos
erradicar de las aulas las actitudes disruptivas que tanto dañan
la convivencia y la calidad de enseñanza, hay que dar solución
inmediata a los alumnos objetores

UN alumno que aprende y un profesor que enseña; esa es
la esencia del proceso educativo, todo lo demás puede,
incluso, llegar a ser un estorbo si no se pondera con la suficiente
inteligencia. La consejera de Educación, Eva María
Pérez, se refiere con asiduidad, cuando habla de la Ley
de Educación de Extremadura, a la excelencia educativa
como el objetivo cúspide y aglutinador al que el resto
de objetivos menores deben rendir pleitesía. Me recuerda
aquello que nos decían en nuestra infancia: «Todos
los mandamientos se reducen a uno». En este caso, ese mandamiento
máximo sería la ‘excelencia educativa’: el súmmum.
Que nuestra consejera se inspire en los arquetipos literarios
católicos para dar para dar rienda suelta a su fantasía,
me confunde; sin embargo valoro el interés que demuestra.
Parece, al menos, paradójico que se hable de excelencia,
cuando se permite que muchas aulas estén dominadas por
las disrupciones de alumnos objetores, que llevan al hastío
a docentes y alumnos orientados. Cada curso que pasa aumentan
los chavales que demuestran un total desinterés por las
tareas escolares, que faltan al respeto de los docentes y de sus
compañeros, que no hacen caso de las indicaciones de los
adultos ya sean estos profesores o padres y que, en definitiva,
marcan el tempo de la clase provocando que el docente tenga que
parar y reprender verbalmente en muchas ocasiones y con poco éxito.
Estamos más en el camino de la pobreza educativa, que en
el de la excelencia. La falta de educación parece generalizarse
y saltar, en alguna medida, también a otro tipo de alumnos
con buena orientación educativa.
Cuando la educación se pierde se corre el peligro de caer
en profundidades abisales de difícil retorno; quiero decir
que cada vez más chavales se manejan con falta de educación
y que esta situación se mantiene en el tiempo y crece sin
medida, por lo que podemos llegar a una degradación aún
más terrible como es la falta de civilización. El
buen comportamiento es un aprendizaje que se adquiere en el seno
de las familias durante la primera infancia, y después
se preconiza también en la escuela y es la base formativa
de uno de los sentimientos fundamentales de la humanidad: la empatía.
Es, precisamente, la falta de empatía una de la carencias
más peligrosas que puede tener el ser humano. Dicho sentimiento
está en sus horas más bajas. Cuando hablo de falta
de civilización puedo pecar de exagerado, pero hace una
generación el respeto que se tenía, por ejemplo,
a los mayores estaba fuera de discusión: un adulto -maestro
o ciudadano cualquiera- podía reprender a un chaval sin
miedo a ser objeto, cómo mínimo, de mofa (como ocurre
hoy); un joven cedía su asiendo sin dudarlo a un anciano
o a una mujer embarazada. y nuestros abuelos eran respetados,
acompañados y asistidos, hasta que la parca nos los arrebataba,
como un deber inexcusable.
Es evidente que, actualmente, esa educación y humanidad
está siendo menoscabada a pasos agigantados. Que hay una
degradación salvaje en los comportamientos es un hecho
que nadie niega, y sin embargo los dirigentes, ya sean éstos
procedentes de la etnia educativa o de cualquier otra ‘subraza’
de poder, se dedican a poner paños calientes. Para ellos
no pasa nada. Que los profesores no pueden impartir clases convenientemente
por las continuas disrupciones de un sector de alumnos, se ponen
paños calientes: la consejera dice públicamente
que no es para tanto, y no pasa nada. Que cada año la objeción
escolar está alcanzando mayores cotas, se ponen paños
calientes: la consejera ofrece datos que, supuestamente, desmienten
este hecho, y no pasa nada. Que cada año que pasa los profesores
han ido perdiendo prestigio social lo que repercute en el respeto
que se tiene al colectivo, se ponen paños calientes: la
Consejería publica que eso no es cierto presentando estadística
y códigos de barra alentadores, y no pasa nada. Que las
ratios excesivas repercuten en la atención a los alumnos,
y más ahora con la presencia de alumnos-disturbio, se ponen
más paños calientes: la Consejería esgrime
estudios realizados por pedagogos que nunca han pisado un aula,
y no pasa nada. Pero sí pasa, señora consejera.
Que tres alumnos puedan entorpecer una clase de veinticinco y
el profesor tenga que claudicar ante ellos, es una clara degradación
del sistema. No se puede faltar al respecto -por insulto o por
desprecio- a un docente, y que éste nada pueda hacer para
impedirlo.
Cada curso que empieza hay más adolescentes ‘objetores’
a los que nadie les da ninguna solución, que no sea esperar
a que cumplan la edad para abandonar los estudios. Este grupo
de chavales está siendo también desatendido por
la Administración educativa, dado que ésta no parece
querer hacer nada por encauzar, a tiempo, sus intereses e inquietudes.
La permisividad salvaje que la Administración ofrece a
los alumnos-disturbio constituye un colosal obstáculo para
encauzar, con sensatez, la convivencia dentro del aula. No se
puede transigir con actitudes que van contra la convivencia escolar,
que es línea de flotación del sistema educativo,
el punto de partida, un pilar fundamental e insustituible, tal
y como se afanan en promocionar desde la Consejería de
Educación, sindicatos de profesores y organizaciones de
padres. Tenemos que aspirar a una convivencia escolar de calidad,
debemos erradicar de las aulas las actitudes disruptivas que tanto
dañan la convivencia y la calidad de enseñanza,
hay que dar solución inmediata a los alumnos objetores.
Pero hagámoslo sin paños calientes.

Tribuna
del HOY