La
música es una poderosa herramienta transformadora; tanto
es así, que estudios de varias universidades la avalan
como beneficiosa para todos los órdenes de la vida: favorece,
por ejemplo, la recuperación de pacientes con problemas
físicos y emocionales, mejora las habilidades verbales,
mejora el rendimiento académico…
Quien
aprendió, por ejemplo, la tabla de multiplicar cantando
la recordará toda la vida; incluso si el alzhéimer
se interpone entre sus recuerdos. De hecho, personas con esta
enfermedad, que han olvidado hasta su nombre, son capaces de
recordar la música y las letras que forman parte de su
íntima esencia. Un estudio realizado por la asociación
de Alzheimer de León, presentado en marzo de este año,
concluye que los enfermos tienen una respuesta emocional evidente
ante la música.
Si
la música es capaz de sacar, por un instante, de la ausencia
a quien padece esta enfermedad, si es capaz de extraer del fondo
del olvido algún recuerdo y situar en los ojos, durante
unos segundos, una mirada que no esté perdida en el más
absoluto destierro de la consciencia; si es capaz de hacer todo
eso, y más, deberíamos venerar la música,
elevarla a los altares; que formara parte del currículo
educativo con un peso horario acorde a su incuestionable importancia.
También
la pintura, la expresión corporal, las artes escénicas…
tienen el mismo grado de excelencia que la música; pero,
sin embargo, todas estas disciplinas se consideran, poco importantes,
residuales, en la formación del niño. Mientras
no cambiemos esta mentalidad difícilmente podremos acometer
los cambios estructurales, que necesita el sistema educativo,
para ponernos al nivel de otros países del entorno europeo
en materia artística.
La
educación artística no tiene entre sus objetivos
crear artistas, sino que persigue estimular los sentidos, fomentar
la creatividad, estimular la memoria, el pensamiento lógico,
la expresividad, mejorar el lenguaje… y todo ello con
el componente de felicidad que, por añadidura, ofrece
esta disciplina. Quienes permiten que la educación artística
esté minusvalorada en el currículo no saben el
mal que se le está haciendo a los alumnos y al sistema
educativo; o lo que es peor, igual sí que lo saben y
se las trae al pairo. Una sociedad avanzada y culta no puede
permitirse obviar la educación artística como
una herramienta insustituible, mientras dedica horas a la enseñanza
de la Fe; que no es otra cosa que la creencia ciega, sin preguntas,
en la existencia de un Dios, o varios según el caso,
que lo creó todo por arte de magia; creencia que va acompañada,
por supuesto, de normas, ritos, obligaciones, sometimientos…
El arte libera, la religión constriñe. El arte
debe estar en todos los ámbitos de la vida y la religión
solo en el interior de las casas y de las iglesias.
Nos
queda mucho todavía para convertirnos en esa sociedad
que deseamos ser, donde la educación pública y
aconfesional tenga el tratamiento que merece. «Ninguna
confesión tendrá carácter estatal»
dice la Constitución en el artículo 16.3; pero,
en realidad, seguimos presos de una realidad bien distinta.
En España se «garantiza la libertad religiosa y
de culto de los individuos» y esta puede ser ejercida,
sin menoscabo alguno, en privado; sin embargo, transita por
lo público «como Pedro por su casa».
Dentro
del necesario respeto que hay que profesar a las diferentes
formas de pensar, tanto en lo político como en lo religioso,
el gobierno debe garantizar también la aconfesionalidad
real del Estado; de lo contrario, está contraviniendo
la Constitución a la que se debe. Es una actitud cínica,
como poco, esgrimir la Constitución para unas cosas y
obviarla para otras; según interese.
Es
un hecho incontrovertible que la importancia de las disciplinas
artísticas transcenderá a aquellos políticos
grises que tienen en su mano, pero no lo hacen, promover que
en el seno del currículo la educación artística
tenga el lugar que merece. Llegará el momento en que
todo se coloque en su sitio; aunque, lo más probable,
es que no lo conozcamos en esta generación.