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«Educación y sociedad»

30 /10/2014 José Manuel Chapado Regidor
.
Presidente del Sindicato PIDE
.

Para comprender la sociedad en que vivimos y entender las principales
características de la civilización occidental,
es preciso retroceder hasta la Grecia del primer milenio a.
de C. En ella se establecieron las bases de la democracia, del
conocimiento occidental y se desarrollaron disciplinas como
la historia, la filosofía, las matemáticas, el
derecho, el teatro, la medicina y la geografía. La educación
occidental se asienta sobre la ‘paideia’ griega, la educación
a través de la transmisión de valores (saber ser)
y saberes técnicos (saber hacer), que será asimilada
por los romanos. En la Edad Media el cristianismo mantendrá
el legado clásico, que recuperemos plenamente en el Renacimiento
con el Humanismo, continuado por el ‘disciplinarismo pedagógico’
(un hombre sano porque es necesario, instruido porque es útil
y moral porque es digno) y la Ilustración: ‘Sapere aude’
(atrévete a saber). Con la educación contemporánea
nacerán los actuales sistemas educativos, organizados
y controlados por el Estado que universalizará el derecho
a la educación.

Nunca había sido tan marcado el abismo entre dos generaciones
como ahora. Mientras los niños hacen sus deberes en Internet
y crecen sumergidos en las redes sociales, los adultos y profesores
siguen aplicando una educación anquilosada, basada en
formas de vida de hace dos siglos, sometida a la presión
de los resultados académicos y a las agendas políticas.
Las necesidades de un adulto para vivir en sociedad no son las
mismas que hace 50 años, ni lo son tampoco las condiciones
de vida de los adolescentes, ni las tecnologías que nos
rodean y con las que vivimos. Sin embargo, los programas educativos
han cambiado muy poco en el último siglo. La educación
sigue en un periodo de transición entre la sociedad industrial
y la sociedad de la información. Pero si obviamos los
cambios precedentes y venideros, como la creciente tecnologización
del aula, siguen siendo tres los elementos necesarios e inmutables
en la educación: docente, alumno y familia.

La experiencia educativa enseña que la igualdad de oportunidades
sigue siendo un mito. No basta la educación pública
para que exista automáticamente la igualdad de oportunidades.
En la práctica, las costumbres, los hábitos, las
mentalidades, los estereotipos y sobre todo, las diferencias
económicas, siguen discriminando a unos y a otros, aun
cuando exista voluntad de superar las desigualdades. Ahí
es donde la educación puede tener un papel primordial.
El respeto al diferente, sea por su color de piel, por sus recursos
económicos, sus capacidades… es también un hábito
que se adquiere, como todos los hábitos, por la repetición
de actos, por la insistencia en comportamientos dirigidos a
desterrar cualquier forma de separación del diferente
por el simple hecho de ser distinto. La familia, la escuela
y los centros educativos son los espacios idóneos para
la formación de tales hábitos.

¿Por qué decidimos ser docentes? Sea como maestros
o sea como profesores, es una vocación basada en la convicción
de que tenemos la responsabilidad de cambiar las cosas, de que
podemos mejorar nuestra sociedad a través de la educación,
en un viaje de descubrimiento hacia el conocimiento, siendo
guía y ayuda en el camino del aprendizaje, de la experiencia,
del crecimiento personal y académico de nuestros alumnos.
Nos encanta el conocimiento, la investigación y hallar
cosas nuevas. Pero en demasiadas ocasiones nos encontramos con
una burocratización ajena a la práctica docente,
una falta de recursos humanos que socava y agrieta nuestro sistema
educativo público. Necesitamos una infraestructura que
se adecue a las nuevas necesidades, que se renueve y revise
de forma continua para optimizar espacios y materiales.

Nuestro trabajo diario en el aula se complementa con la labor
educativa de las familias con sus hijos. Debe existir una implicación
de las familias en la educación, debe crearse una relación
de confianza con los docentes, ya que padres y docentes compartimos
el mismo objetivo: educar para la vida. Hemos de mantener y
acrecentar la comunicación entre docentes y padres para
conseguir mejorar el mundo de nuestros alumnos; y sobre todo
orientarles en su futura formación. Mantener un vínculo
estrecho y de participación tiene un impacto positivo
en sus resultados educativos.

Nuestros alumnos disponen de unas referencias diferentes a las
nuestras, tienen otras demandas a las que nuestro sistema educativo
no siempre responde correctamente, con distintas problemáticas
que han sido agravadas por la universalización de la
educación. Tal vez deberíamos pensar si la metodología
y oferta educativa que les ofrecemos es la más adecuada
para nuestra cambiante sociedad.

El profesorado no dispone de muchos recursos ni ayudas para
manejar la nueva realidad que se presenta en nuestros centros:
necesita nuevas medidas metodológicas, flexibilizar espacios
y tiempos, reducir el número de alumnos por grupo, organizar
los apoyos que sean necesarios, y todas aquellas otras medidas
que necesitan del desembolso económico suficiente de
las administraciones educativas.

Aquella sociedad que perciba con claridad cuáles van
a ser las necesidades prioritarias en un futuro próximo,
será la que esté en primera línea de salida
para responder, de la mejor manera posible, a las nuevas demandas
que van a surgir de la propia evolución de la sociedad.
Contar con una infraestructura tecnológica adecuada,
tanto en la propia comunidad como en los centros, organizar
y crear espacios de aprendizaje que superen el margen estrecho
del centro educativo, apoyar con recursos adecuados la atención
de todos aquellos alumnos con problemas, tanto en la enseñanza
obligatoria como cuando salen del sistema, contar en los centros
con un profesorado que entienda las nuevas tendencias y necesidades
de los alumnos, serán, entre otros aspectos, cuestiones
que van a diferenciar aquellas sociedades que apuestan por el
futuro de las que se quedan estancadas en modelos anacrónicos.

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